Sr. Delich.- Señor presidente: conocí hace muchísimos años a un político cordobés que alguna vez comenzó su discurso diciendo: “Voy a decir unas palabras antes de hablar”. Todavía no se había inventado la semiótica ni la semiología; lo que estaba diciendo es que iba a dar dos discursos. Yo quiero hacer tres discursos en siete minutos.
Primer discurso: el domingo pasado a las siete de la mañana –no me pregunten qué hacía despierto a esa hora, pero estaba despierto‑ vi un programa de un canal importante de televisión que comenzaba anunciando que había elecciones en Corrientes y que se disputaban la gobernación Arturo Colombi -aclaraban entre paréntesis que era cobista- y Ricardo Colombi, a quien llamaban “radical K”. Ricardo Colombi –lástima que ahora no esté acá‑ era el candidato oficial de la Unión Cívica Radical y había además un hombre del Frente para la Victoria. Esta fue la información que recibieron todos los que vieron ese programa. Si eso es objetividad yo soy Fu Manchú. (Aplausos.)
Aquí se ha escuchado –a mí no se me habría ocurrido, pero se ha escuchado‑ mencionar la libertad de expresión. Al comienzo de la última dictadura, ya fuera de la universidad como muchos de mis amigos y colegas, la policía secuestró uno de mis libros -que previamente habían prohibido- y también excluyeron del país a la propia editorial. Nuestras protestas sobre el tema el tema no tuvieron ningún eco. Poco tiempo después, todavía en el 78, fundamos con un grupo de colegas latinoamericanos una revista de ciencias sociales que se llamó “Crítica y Utopía”. Entre quienes hicimos esa revista estaba quien luego sería presidente de Chile, Ricardo Lagos, y quien sería presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, entre otros intelectuales por el estilo.
Salieron dos números de esa revista y el tercero fue prohibido por el gobierno de la dictadura. Pero lo que más me indignó, porque en realidad sabíamos que esto podía ocurrir, es cómo nos enteramos. Leímos el diario La Razón por la tarde y decía: “Prohibieron revistas pornográficas”. Entre esas revistas pornográficas estaba la nuestra. De modo que me convertí en el introductor del erotismo en la ciencia social, lo cual no es poca cosa. (Aplausos.)
Hablar de la libertad de expresión sin memoria, sin saber qué fue lo que pasó es realmente estar próximo de la inocencia o del disparate. Cuando recuperamos la democracia en el 83, cuando recuperamos las universidades hace veinticinco años, de ahí en más no hubo ni censura ni exclusión de profesores. Quien quiera ir ahora a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, o a la nuestra en Córdoba, soportando un poco de mugre, va a ver las paredes y comprobará qué es la libertad de expresión.
Todo lo que escriben los chicos sin condicionamientos es libertad de expresión. Ahí están las raíces de la libertad de expresión. Y hay libertad de expresión porque hay autonomía universitaria.
En el país hay libertad de expresión no porque las empresas sean privadas o públicas, sino porque hay Estado de Derecho. La propiedad privada de los medios no garantiza la libertad de expresión, como lo hemos comprobado, como tampoco la propiedad pública. Lo que la garantiza es el Estado de Derecho.
Vine aquí con la idea de que íbamos a votar una ley que se transformara en la plataforma de una gran política de Estado, y tengo la impresión de que estamos muy cerca de lograrlo.
Recuerdo muy bien el afán del presidente Alfonsín por reformar esta ley. ¿Saben lo quería Alfonsín en el 85? Ahora parece casi una ingenuidad, pero decía que hiciéramos como en Estados Unidos, donde el New York Times no puede ser dueño de un canal de televisión, simplemente porque es una concentración. (Aplausos.) Eso decía Alfonsín hace veinticinco años.
Que nadie me pregunte por qué eso no se pudo hacer. Pero no sólo no podía modificarse la ley, sino que la concentración de medios era cada vez más intensa y más importante.
Primer discurso: el domingo pasado a las siete de la mañana –no me pregunten qué hacía despierto a esa hora, pero estaba despierto‑ vi un programa de un canal importante de televisión que comenzaba anunciando que había elecciones en Corrientes y que se disputaban la gobernación Arturo Colombi -aclaraban entre paréntesis que era cobista- y Ricardo Colombi, a quien llamaban “radical K”. Ricardo Colombi –lástima que ahora no esté acá‑ era el candidato oficial de la Unión Cívica Radical y había además un hombre del Frente para la Victoria. Esta fue la información que recibieron todos los que vieron ese programa. Si eso es objetividad yo soy Fu Manchú. (Aplausos.)
Aquí se ha escuchado –a mí no se me habría ocurrido, pero se ha escuchado‑ mencionar la libertad de expresión. Al comienzo de la última dictadura, ya fuera de la universidad como muchos de mis amigos y colegas, la policía secuestró uno de mis libros -que previamente habían prohibido- y también excluyeron del país a la propia editorial. Nuestras protestas sobre el tema el tema no tuvieron ningún eco. Poco tiempo después, todavía en el 78, fundamos con un grupo de colegas latinoamericanos una revista de ciencias sociales que se llamó “Crítica y Utopía”. Entre quienes hicimos esa revista estaba quien luego sería presidente de Chile, Ricardo Lagos, y quien sería presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, entre otros intelectuales por el estilo.
Salieron dos números de esa revista y el tercero fue prohibido por el gobierno de la dictadura. Pero lo que más me indignó, porque en realidad sabíamos que esto podía ocurrir, es cómo nos enteramos. Leímos el diario La Razón por la tarde y decía: “Prohibieron revistas pornográficas”. Entre esas revistas pornográficas estaba la nuestra. De modo que me convertí en el introductor del erotismo en la ciencia social, lo cual no es poca cosa. (Aplausos.)
Hablar de la libertad de expresión sin memoria, sin saber qué fue lo que pasó es realmente estar próximo de la inocencia o del disparate. Cuando recuperamos la democracia en el 83, cuando recuperamos las universidades hace veinticinco años, de ahí en más no hubo ni censura ni exclusión de profesores. Quien quiera ir ahora a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, o a la nuestra en Córdoba, soportando un poco de mugre, va a ver las paredes y comprobará qué es la libertad de expresión.
Todo lo que escriben los chicos sin condicionamientos es libertad de expresión. Ahí están las raíces de la libertad de expresión. Y hay libertad de expresión porque hay autonomía universitaria.
En el país hay libertad de expresión no porque las empresas sean privadas o públicas, sino porque hay Estado de Derecho. La propiedad privada de los medios no garantiza la libertad de expresión, como lo hemos comprobado, como tampoco la propiedad pública. Lo que la garantiza es el Estado de Derecho.
Vine aquí con la idea de que íbamos a votar una ley que se transformara en la plataforma de una gran política de Estado, y tengo la impresión de que estamos muy cerca de lograrlo.
Recuerdo muy bien el afán del presidente Alfonsín por reformar esta ley. ¿Saben lo quería Alfonsín en el 85? Ahora parece casi una ingenuidad, pero decía que hiciéramos como en Estados Unidos, donde el New York Times no puede ser dueño de un canal de televisión, simplemente porque es una concentración. (Aplausos.) Eso decía Alfonsín hace veinticinco años.
Que nadie me pregunte por qué eso no se pudo hacer. Pero no sólo no podía modificarse la ley, sino que la concentración de medios era cada vez más intensa y más importante.
De manera que vengo aquí, señor presidente, también para rendir un homenaje a ese amigo y ex presidente. El legado de Alfonsín no está en sus éxitos, como la recuperación de la democracia, sino en los fracasos y en lo que nosotros tenemos que recuperar para hacerlo ahora. Yo voto sintiendo que ahora estoy rindiendo el homenaje que se merecía Raúl Alfonsín. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)
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