Sr. Rossi (A.O.).- Señor presidente: desde el miércoles pasado los días no han sido fáciles para todos nosotros. En mi carácter de presidente de bloque, me ha tocado hablar en incontables oportunidades en el recinto ante distintas situaciones. Nunca por Dios, lo juro creí que me iba a tocar hablar para homenajear a Néstor Kirchner.
Nosotros vivimos todo esto como dijo Cristina, con inmenso dolor. Se nos fue nuestro jefe, nuestro líder político. A los que tuvimos el privilegio de compartir algunos momentos de su cotidianeidad se nos fue un amigo también.
¿Qué son los amigos? Hay distintas formas de definirlos y quizás una de ellas, absolutamente válida por cierto, podría ser que los amigos son aquellos con los cuales compartimos sueños, y Kirchner nos hizo soñar. A nosotros nos hizo soñar, a nuestra generación.
Tengo cincuenta y un años y a quienes están entre los cuarenta y los sesenta seguramente nos devolvió sueños, nos devolvió utopías, nos hizo sentir que aquellas cosas por las cuales en algún momento de nuestra vida empezamos a militar se podían concretar y se podían llevar adelante.
¿Cómo nos hizo soñar nuevamente? Con aquella frase maravillosa que tuvo aquel 25 de mayo de 2003 cuando dijo que no iba a dejar sus principios en la puerta de la Casa Rosada. Decía Kirchner en ese momento: “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolores y ausencias. Me sumé a la lucha política creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en el puerta de entrada de la Casa Rosada.”
También ese 25 de mayo de 2003 nos decía: “Vengo a proponerles un sueño, que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos.” Y agregaba: “Les vengo a proponer que recordemos los sueños de nuestros patriotas fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, y de nuestra generación que puso todo y dejó todo pensando en un país de iguales.”
Los recuerdos brotan como flashes y a borbotones, como a veces brotaban las eses con Kirchner, porque cuando él hablaba brotaban tan fuerte y tan sentidas que parecía que siempre tenía algo contenido para decirnos.
Me acuerdo cuando lo conocí a fines de 2002 en la Casa de la Provincia de Santa Cruz. Se podía divisar la figura siempre alta, imposible de no ver, del flaco Kunkel entre tantos que estaban dando vueltas allí.
No daban bien las encuestas en esa época pero él decía: “Estoy recorriendo todos los pueblos, vamos a andar bien y vamos a ganar y vamos a ir para adelante.”
Nosotros llegamos a él porque en ese 2003 era el único que hablaba con un lenguaje distinto al lenguaje hegemónico de los 90, el único que revalorizaba palabras y sentidos.
Empezó a hablar de militantes nuevamente, dándole un significado al militante. Durante muchos años parecía que el militante era un operador de bolsa. Cuando le iban bien las cosas se decía que andaba bien y cuando no le iban bien se comentaba que no cotizaba en bolsa.
Volvió a darles a las palabras políticas el valor de la transformación, resignificando palabras que no figuraban en el discurso durante tantos años en la Argentina.
Empezó a construir y llegó a ese 25 de mayo de 2003. Nos devolvió sueños y generó sueños en quienes nunca habían tenido posibilidades de soñar.
Durante estos días hemos escuchado a muchos sorprenderse por la presencia de los jóvenes. ¿Quiénes son estos jóvenes? Muchos de ellos, hijos de la democracia, en algún momento en la Argentina abrieron la puerta de su casa y vieron a sus padres decir que habían perdido el empleo.
Estos jóvenes son los que vivieron los despidos masivos, las ollas populares en las puertas de las fábricas, quienes integraron muchísimos grupos que se fueron del país porque todos les decían que no había nada que hacer, que la salida era individual y que si les iba mal era casi por culpa de ellos.
Esos jóvenes sintieron durante muchos años que la política estaba muy lejos de ellos, que era solamente para los políticos, pero Kirchner cambió todo esto, logrando después de muchísimo tiempo humanizar la política.
Ese gesto de abrazarse con cada uno de los que iban a un acto y estaban al lado de él era de entrega. Kirchner no rehuía el contacto físico; por el contrario, disfrutaba de cada abrazo, de cada caricia. Es como que hizo una simbiosis entre la política y el pueblo.
Por eso no fue casualidad lo que vivimos en estos días, no fue generación espontánea. Fue un sentimiento macerado durante años entre los argentinos, que sentían que Kirchner era de ellos, que era uno de ellos, que no los habría traicionado y siempre había ido un poco más adelante que lo que nosotros mismos pensábamos. Se emocionaron como me emocioné yo.
No era diputado nacional sino concejal de Rosario cuando me enteré que entraba a la ESMA y la devolvía a las abuelas, a las madres y a los hijos. En ese momento era injustamente criticado porque Kirchner no creía que la política era un hecho individual. Siempre se sintió parte de una construcción colectiva, de una generación, y cuando entró a la ESMA lo hizo para devolverla a quienes tenían que tenerla.
Hizo tantos gestos, tantos actos de dignidad que nos enorgullecieron. Cuando pagó al Fondo y saldó la deuda estábamos en este recinto, recién asumíamos en el año 2005. Me acuerdo como disfrutó la sesión en la cual sancionamos la ley de matrimonio igulitario. Estaba sentado acá, al lado mío. Cuando terminó me dijo: “Pusimos al peronismo en el lugar en que había que ponerlo. Si queremos construir una fuerza progresista debemos ser capaces de tener incorporadas las demandas de cada una de las minorías de nuestro país.” Durante toda la sesión me decía: “Pensá en los jóvenes cuando hables. Pensá en los jóvenes: ellos van a disfrutar esta ley. No la vamos a disfrutar nosotros. Ellos van a poder vivir en una sociedad más tolerante, en una democracia más igualitaria, en una democracia más participativa.”
Nunca se quebró. No saben ustedes el valor que significa tener un jefe político que no se quiebra, que siempre piensa para adelante y que siempre cree que las cosas van a ir mejor, más cuando ese jefe político está al frente del poder político de la Nación.
En los momentos más difíciles me decía –hablo en primera persona porque siento que tengo que hacerlo así : “Agustín: vamos a andar bien. La Argentina va a andar bien. No te preocupes.”
Los días posteriores al resultado del 28 de junio yo me había tomado una tarea, que no se la comuniqué a nadie, y tampoco a él, que era ir a Olivos, porque sabía que acá se iba a integrar al bloque y yo tenía una gran expectativa respecto de esa experiencia. Yo pensaba que iba a poder aprender, que tener al lado en el bloque a un tipo que sacó a la Argentina del infierno me iba a enseñar muchísimas cosas. Entonces, yo decía “tengo que entenderlo, porque él es mi jefe político; va a estar en el bloque y tengo que adecuarme a esto.” Por eso hice el esfuerzo de ir a Olivos durante muchas semanas y charlar con él. No eran momentos fáciles, como todos ustedes saben.
Nunca me fui de ninguna reunión que tuve con él sin la sensación o el sentimiento de que las cosas iban a andar bien e iban a ir para mejor.
La verdad, compañero jefe, como era mi forma de dirigirme a él cuando hablábamos por teléfono, te fuiste en una estación que no merecía despedirte. Te fuiste promediando la primavera, esa primavera a la cual le pedías en los últimos meses en tus discursos que florezcan mil flores. Seguro que van a florecer en esta primavera, en la próxima, en la que viene y dentro de diez años. Seguro que en cada una de esas primaveras el agua con que las rieguen va a tener el sabor a tu transpiración, va a tener el sabor salado de tu sudor recorriendo cada uno de los pueblos de la Argentina, va a tener el sudor de aquel que siente que se fue haciendo todo, no guardándose absolutamente nada para hacer esta Argentina mejor.
El pueblo te despidió como vos te merecías. No fue espontáneo: fue genuino. En cada lugar de la Argentina hay un argentino agradecido a estos siete años.
Muchas veces me preguntaban en los discursos qué me había pasado en términos personales con Kirchner, y quiero decir algo que nunca pude expresar en un discurso con él presente. Soy hijo de una familia de clase media; mi papá era abogado y mamá docente. Cuando éramos chicos, con Alejandro y mi otro hermano siempre sentimos que nuestros padres nos transmitían la idea de que íbamos a vivir en una Argentina mejor y que nuestro futuro iba a ser mejor, con menos complicaciones que las que ellos habían pasado. Y durante muchos años en nuestro país yo sentía que eso que mis padres me habían transmitido yo no se los podía transmitir a mis hijos. Sentía que mis hijos tendrían un futuro más complicado que el presente que a mí me tocó vivir. Pero Kirchner me devolvió la posibilidad de sentir que mis hijos vivirán en una Argentina mejor que en la que a mí me tocó vivir.
Se fue Kirchner pero nos dejó una Argentina mejor. Se fue nuestro jefe, nuestro líder, pero nos dejó un pueblo mejor que cuando asumió el 25 de mayo de 2003. Se fue él pero su sueño continúa. Como dice Galeano cuando se pregunta qué son las utopías, las utopías se logran caminando. El sueño de Kirchner sigue, nosotros lo vamos a continuar porque el pueblo argentino decidió que su sueño es el propio sueño del pueblo argentino.
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