Las buenas intenciones y la política. Por Ruben Dri

"Ni en el mundo, dice Kant, ni en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad". Y para que no queden dudas, aclara: "La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma".
Kant fundamenta, de esa manera, la ética de la intención que encontrará su formulación en el principio categórico que consiste en lo esencial que todo lo que haga el sujeto debe poder querer que todo el mundo lo haga si se encuentra en esa situación. De esta manera el comportamiento ético queda desligado de sus consecuencias prácticas. El infierno está plagado de buenas intenciones, según un dicho medieval.
Hegel fue el filósofo que llevó a fondo la crítica a esta desconexión entre la intención y sus consecuencias. La intención se propone siempre lo perfecto que se expresa en "principios" como "hay que decir siempre la verdad". No bien comienzas a pensar qué quiere decir ese principio te das cuenta que en la realidad, es decir, en el contexto humano, social, político, lo que parecía claro se oscurece.
La Iglesia Católica es maestra del principismo, pues sólo de esa manera puede poner al resguardo de todo peligro sus "dogmas". Lo que pueda sucederles a los seres humanos depende de esos mismos sujetos. Así, por ejemplo, el principio dice que el aborto es un crimen porque atenta contra la vida y en consecuencia, la mujer que aborta, una asesina. Si de la defensa de este principio que lleva a obstaculizar cualquier legislación que haga al aborto no punible, miles de mujeres abortan en condiciones tales que ocasionan la muerte del feto y también de la madre, ello es culpa de esas mujeres.
A nadie se oculta que esto esconde una gran hipocresía. La pretendida defensa de la vida ocasiona la muerte, pero de ello el principista, la Iglesia en este caso, no se hace cargo. La culpa la tiene el otro, o mejor, la otra. Los principios son en realidad orientaciones fundamentales que le dan sentido a la vida de los seres humanos, y como tales, como orientaciones se desarrollan dialécticamente, según "el curso del mundo" como decía Hegel.
Ello lo llevó a Hegel a distinguir entre la moral y la ética, siendo la primera la actuación del individuo y la ética el ámbito intersubjetivo y, en consecuencia, político en que se da el comportamiento moral. El desprendimiento de la actuación con relación a sus consecuencias lleva fácilmente a la hipocresía y origina mala conciencia.
Max Weber retomará los conceptos hegelianos, haciendo una precisa distinción entere la "ética de la convicción" y la ´"ética de la responsabilidad", pero en realidad nunca se da una sin la otra, pues como seres esencialmente intersubjetivos, lo que hacemos, las resoluciones que tomamos influyen en los demás. Todo lo que hacemos tiene sus consecuencias.
Si eso es válido para todo lo que hacemos, lo es mucho más cuando nos referimos a la acción política, porque ésta tiene que ver directamente con lo público. Allí no vale la pura buena voluntad o convicción. Menester es hacerse cargo de las consecuencias y, en este sentido, muchas veces el puro principio puede generar consecuencias que atentan contra el mismo.
Dos casos de nuestra política reciente y actual muestran esto con claridad. Cuando se trató de la votación de la 125, sólo había dos opciones, votar por la positiva, es decir por las retenciones móviles o por la negativa, es decir estar en contra de las mismas y, en consecuencia estar de acuerdo con la Mesa de Enlace y en especial con la Sociedad Rural. Pretender, como lo hizo Claudio Lozano, que su voto negativo era por la segmentación de las retenciones, es, en el mejor de los casos, un autoengaño, y en el peor, una hipocresía. La pretendida convicción o buena voluntad produjo un acto que favoreció a las corporaciones agrarias.
El caso de la política actual se refiere al tema de las reservas y de la deuda externa. Después del desastre provocado por la política neoliberal de la década del 90, el gobierno de Kirchner ha procedido a una lenta reconstrucción del Estado y, en una situación de debilidad pudo hacer una quita de un 70 % a la deuda externa y llevar adelante una política económica de crecimiento que le permitió tener en reserva 48.000 millones
Cuando el gobierno quiere pagar la deuda con parte de las reservas, todo el espectro opositor se levanta para defender las reservas que ellos, cuando fueron gobierno, habían liquidado. ¿Con qué se va apagar entonces? Con el presupuesto, es decir, con los ajustes. La centro izquierda liderada por Proyecto Sur también se opone, pero lo hace para sostener la pura convicción de que no se paga la duda ilegítima. Saben bien que en este contexto tal posición es puramente principista con la nefasta consecuencia de que si triunfa, la deuda se pagará con el presupuesto, es decir, con el salario, con las jubilaciones, en una palabra con el ajuste. No será culpa de ellos. La culpa la tiene el otro.
Por otra parte, se oculta que lo que está en juego en toda esta movida de la derecha manejada por el grupo Clarín, es el desgaste del gobierno hasta, si es posible, su destitución y con ello el fin de la ley de medios, de la política de derechos humanos, la vuelta a las AFJP, el fin de la política latinoamericana de la Patria Grande , la vuelta a las relaciones carnales. De esto el principista no se hace cargo.
Buenos Aires, 26 de enero de 2010

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